La posible toxina que “ahogo” a Manuela Sáenz.

José Daniel Sánchez
3 min readJun 11, 2024

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De Marco Salas Yepes (1919–1994) copy of Tecla Walker — https://issuu.com/sociedadbolivarianadelecuador/docs/bolivar_vida_obra_pensamiento_ii/27., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1549161

Manuela Sáenz fue una figura excepcional que rompió moldes en su época. Su participación en la gesta independentista, su relación con Bolívar y su desafío a los roles tradicionales de género la convierten en un personaje fascinante de la historia latinoamericana. Su posible muerte por difteria es un triste recordatorio de los estragos causados por las enfermedades infecciosas a lo largo de la historia.

Los primeros registros de lo que probablemente era difteria datan del siglo V a.C., cuando Hipócrates describió casos de pacientes con inflamación severa de garganta y formación de membranas. Posteriormente, en los siglos I y II d.C., médicos como Areteo de Capadocia y Galeno hicieron nuevas descripciones de la enfermedad. En el siglo XVI, epidemias de una enfermedad conocida como “el garrotillo” o “enfermedad estrangulante” asolaron algunas regiones de Europa, causando miles de muertes infantiles, literal se “ahogan”.

Las manifestaciones clínicas clásicas de la difteria incluyen inflamación severa de faringe y laringe con formación de una pseudomembrana grisácea adherente. Si no se trata a tiempo con antitoxina y antibióticos, la enfermedad puede evolucionar rápidamente, causando obstrucción de vías respiratorias y muerte por asfixia. La toxina diftérica también puede causar complicaciones como miocarditis y neuropatía.

No fue hasta 1883 que se identificó al agente causal, cuando Edwin Klebs aisló el bacilo diftérico, hallazgo confirmado un año después por Friedrich Löffler. En 1888, Émile Roux y Alexandre Yersin demostraron que el principal factor de virulencia era una potente toxina. Esto sentó las bases para que en la década de 1890 Emil von Behring y Kitasato Shibasaburō desarrollaran un suero antidiftérico que se convirtió en el primer tratamiento eficaz. Por este logro, Behring recibió el primer Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1901.

Los primeros intentos de desarrollar una vacuna comenzaron en la década de 1920. Las vacunas de células completas o “whole-cell” se introdujeron a partir de la década de 1930 y demostraron ser muy eficaces, logrando una drástica disminución de la incidencia. En países como Estados Unidos, la vacunación masiva a partir de la década de 1940 redujo los casos reportados unas 150 veces para 1970.

Sin embargo, debido a preocupaciones sobre la reactogenicidad de las vacunas de células completas, en las décadas de 1970–1990 se desarrollaron vacunas acelulares compuestas por antígenos purificados de C. diphtheriae. Aunque las vacunas acelulares han demostrado menor reactogenicidad, su eficacia parece ser algo menor en comparación con las de células completas, especialmente en lo que respecta a la duración de la protección.

La película animada “Balto” (1995) está vagamente basada en una historia real relacionada con un brote de difteria en Nome, Alaska, en 1925. Más de 20 mushers (conductores de trineos) y unos 150 perros participaron en la histórica carrera, enfrentando temperaturas de hasta 50 grados bajo cero y ventiscas cegadoras. El último tramo de la carrera fue liderado por el musher Gunnar Kaasen y su equipo de perros, entre los que se encontraba Balto, un husky siberiano que se convirtió en el héroe más célebre de la hazaña. Gracias a la entrega del suero antidiftérico, el brote en Nome pudo ser contenido, salvando numerosas vidas, especialmente de niños. Este hecho se convirtió en un símbolo del heroísmo y la determinación humana frente a la adversidad y la enfermedad.

Aunque la incidencia de difteria ha disminuido notablemente gracias a la vacunación, aún se reportan casos esporádicos y brotes localizados en diversas partes del mundo. En años recientes, los países más afectados han sido India, Indonesia y Madagascar. Según datos de la OMS, en 2018 se notificaron 16,651 casos a nivel mundial, con una tasa de letalidad del 5.4%. La gran mayoría (>80%) de los casos ocurrieron en niños menores de 15 años no vacunados.

En conclusión, la historia de la difteria ilustra cómo el desarrollo científico, particularmente las vacunas, puede transformar radicalmente la epidemiología de una enfermedad. Esta historia también nos recuerda la importancia de no bajar la guardia ante enfermedades infecciosas aparentemente “derrotadas”, ya que pueden resurgir si no se mantienen los esfuerzos de prevención. La difteria seguramente seguirá desafiando a la salud pública en el siglo XXI, pero con las herramientas y conocimientos actuales, tenemos la capacidad de mantenerla bajo control.

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José Daniel Sánchez

Docente universitario de microbiología y enfermedades infecciosas, un apasionado en transmitir historias que ayuden a comprender a los microorganismos.